De pronto como si fuera su deber de todos los días, un par de pequeños comenzaron a caminar decididos tras la música y pronto eran parte importante de la banda, con sus cornetas y pitos llamaban a sus amigos vecinos que los miraban mientras reían, se podía ver como su corazón saltaba por colarse, la risa nerviosa y un solo salto… y nos fuimos a minguear.
Llegamos a la cuchara de las ex lavanderías, y nos sumergimos en un mar donde había tiburones que nos querían separar, pero juntos los combatimos, caminamos en la ciudad y zuass… al monte y otra vez al mar a luchar contra pulpos y mantarrayas para poder salvar a nuestros amigos…
…Y se abrió el libro con su homónimo cuento, de él brotó un aroma a jazmín, no, más bien a cerezas… mmm no, a rosas... no, en fin los niños podían oler cada nuevo aroma y acariciar su lomo como si fuera un animal, todos los asistentes miraban atentos cada movimiento y estaban prestos a responder cualquier pregunta, ellos eran parte fundamental del cuento.
Y por fin, el momento de plasmar en un papel o con plastilina lo que habían vivido.
Cada mundo, cada dibujo, cada escultura nos dejaba ver que grande es su imaginación y como aprender a hablar el lenguaje de los niños no es más que recordar nuestro propio lenguaje, ese que no tiene reglas ni prejuicios, que no tiene poses ni máscaras, que se mantiene vivo tan solo con sonreír.
Y a comer…
Siempre es mejor comer frutita cuando se está creando, así nuestra ideas crecerán fuertes y sanas.
Otra minga más, como cada sábado pero única, destinada a quedarse en nosotros como una sonrisa, como un suspiro. Estamos llenitos de cariño, cansados pero felices de ser tan responsablemente guaguas.
Las nubes no pueden más, ya nos dieron toda la mañana después de una semana completita de aguas, a casita será, los últimos niños s van felices hablando de lo que imaginaron y quien sabe que más… Chau minguita, te vemos la otra semana aquí en las ex lavanderías, donde se lavan las penitas…
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